Entrada de blog por carmen - 24-10-2025


COP30 en la Amazonía: un punto de no retorno para el clima

por Pablo Sierra

Será en Belém, en la desembocadura del río más importante del planeta. El Amazonas y su cuenca son un manto que —todavía— cubre más de un tercio de la piel de Sudamérica. Un pulmón mancomunado entre océanos y continentes. Cualquier forma de vida bajo la atmósfera le debe mucho a la espesura que crece entre los miles de afluentes del gran cauce. La mancha verde retiene monóxido de carbono y devuelve, generosa, oxígeno. Esta exuberancia también convierte a esta masa forestal inmensa —7,7 millones de kilómetros cuadrados, casi quince veces la superficie de España— en uno de los hábitats más amenazados de la Tierra. 

“Lo fácil hubiera sido organizar el encuentro en Río de Janeiro o São Paulo, pero no sería lo mismo. Por eso, es más que simbólico que se celebre en Belém la COP30: por primera vez en treinta años la conferencia más importante sobre el clima va a tener lugar en la selva tropical. Ha sido por empeño de Lula [da Silva, el presidente brasileño] para que la situación de la Amazonia, y la de otros países que sufren la misma amenaza sobre sus selvas, como el Congo o Indonesia, esté por primera vez en el centro del debate”, dice Pedro Zorrilla Miras, coordinador de campañas contra el cambio climático de Greenpeace.

¿Para qué sirve una COP?

La trigésima Conferencia de las Partes del Convenio Marco de Naciones Unidas arrancará el 10 de noviembre, lunes, en esta ciudad fundada por los portugueses en la costa noreste del Brasil allá por el siglo XVII. Durante doce días, hasta el viernes 21, representantes gubernamentales expondrán problemas, debatirán soluciones, tratarán de llegar a algún tipo de acuerdo en firme. Para evaluar —y constatar que no se están cumpliendo— los adoptados en encuentros anteriores, como acelerar la eliminación de los combustibles fósiles o reforzar la protección de los ecosistemas más amenazados. Hasta ahí el marco teórico, pero ¿qué es realmente una COP, ese evento anual del que nos suenan algunas sedes y fechas, como si fueran campeonatos deportivos (Kioto 97, París 2015, Madrid 2019)? ¿Tienen efecto real las decisiones que allí se adoptan? Y, sobre todo, ¿qué papel puede jugar una organización como Greenpeace en un evento así?

¿Qué hace Greenpeace en la COP?

“Nosotros nos dedicamos a hablar con los gobiernos y la secretaría de Naciones Unidas para trasladarles todas las demandas que tenemos, que no son pocas. De alguna manera, aunque no tengamos voto, somos testigos de las negociaciones, y elevamos sus expectativas en los encuentros previos. Luego, oímos lo que se dice y lo transmitimos a la sociedad, para que en cada país sepan lo que están votando sus políticos”. Así resume Zorrilla una labor de lobby cargada de razones y datos. Muy preocupantes. El cronómetro es cruel: los objetivos que se marcaron hace una década no están más cerca. Es justo al revés. “En los acuerdos de París se acordó reducir un grado y medio la temperatura global de cara a 2030”, avanza el coordinador de Greenpeace. Ahora, en mitad “de la década crítica”, como definió a los años veinte del siglo XXI el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), “el nivel de emisiones globales, en vez de reducirse para alcanzar la bajada del 53 % que tendríamos que alcanzar dentro de cinco años, ha aumentado”. Zorrilla es explícito ante el riesgo que se corre: “Hemos estudiado que, aunque en España se dejaran de utilizar en 2030 los combustibles fósiles y el país consiguiera abastecerse cien por cien de las energías renovables, superaríamos igualmente la cantidad de carbono necesaria para conseguir esa rebaja de temperatura”. Hay que abandonar el uso de carbón, petróleo y gas en muy pocos años, pero es posible, y además mejorará nuestra calidad de vida.  

La deforestación, un tema crucial con impacto global

“El grado y medio”, como lo llama Zorrilla, no es un objetivo superfluo. Es, como apuntan los expertos, el —posible— punto de no retorno para el planeta. En caso de no enfriarlo, podrían desencadenarse cambios irreversibles para una biodiversidad ya en riesgo. En la Amazonia, atacada por la tala ilegal y el fuego, que arrasó 15,6 millones de hectáreas, cifra récord, en 2024 —las hectáreas calcinadas este verano en el noroeste español fueron 400.000—, las consecuencias son evidentes. De selva tropical se pasaría a sabana débil. Una dehesa que, en vez de almacenarlas, liberaría ingentes cantidades de carbono, creando un efecto dominó. Por ese motivo, desde Greenpeace se solicitará en la COP30 un Plan de Acción por los Bosques. Deforestación cero, como tarde en 2030; recursos para protección, conservación y restauración de bosques, una transición energética justa —para que los cambios del sistema no recaigan sobre las comunidades más vulnerables— y un asunto fundamental: el reconocimiento de unas comunidades indígenas —y la Amazonia es un buen ejemplo de ello— que, a la vez que son las mejores garantes de la selva, sufren una evidente falta de garantías sobre sus derechos territoriales. Humanos sobre los que la especulación ejerce la misma violencia que vierte sobre árboles, plantas y animales.

El interés de los poderosos

Zorrilla prefiere hablar de “límites científicos o físicos” y no de “objetivos políticos”, pero no obvia el telón de fondo que, inevitablemente, se colgará en Belém: “Intereses de la ciudadanía versus intereses de los poderosos. Como siempre, esa realidad va a estar planeando sobre la cumbre”. La geopolítica lo condiciona todo, y este doctor en Ecología y Medio Ambiente trata de contextualizarla: “En Kioto, los países que no estaban de acuerdo con el protocolo porque no querían cumplirlo se salieron para no recibir multas. Hace dos semanas, Estados Unidos ha ejercido un chantaje sin precedentes a otros gobiernos (especialmente pequeños estados vulnerables) para evitar que el transporte marítimo camine hacia las cero emisiones. ¿Cómo? Imponiendo aranceles o restringiendo las visas a los países que se oponen a sus intereses. Incluso han llegado a prohibir la entrada a quienes, personas con nombres y apellidos, participan en estas negociaciones y las votan. Eso influye”.

Pero las COP —y más la que está a punto de celebrarse— son momentos que hay que aprovechar. Son batallas que se deben librar. Así lo razona el investigador de Greenpeace: “Necesitamos que se aprueben nuevos impuestos a los grandes contaminadores. No podemos tener a multinacionales gigantes repartiéndose dividendos mientras cada vez más millones de personas sufren los efectos del cambio climático, como las familias destrozadas por la dana de hace un año o los incendios de este verano. Sin ser ingenuos, hay que ser optimistas. Aunque pareciese imposible, en ocasiones anteriores se han conseguido avances, como el Acuerdo de París, fondos de países del norte global a los del Sur o el reconocimiento hace dos años de que hay que abandonar los combustibles fósiles. La presión de la sociedad civil es lo que hace moverse a la política, y funciona, aunque nos quieran hacer creer lo contrario. Si lo consiguiéramos y se toman decisiones ambiciosas y vinculantes, Lula y Brasil podrán ponerse la medalla de que en Belém conseguimos cambiar el rumbo”.

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