Entrada de blog por carmen - 24-11-2025


Gripe aviar: la ganadería industrial genera un auténtico «avicidio»

Hasta el cierre de este artículo y en lo que va de temporada (desde 1 de julio), se han detectado 14 focos de influenza aviar de alta patogenicidad (IAAP, comúnmente conocida como gripe aviar) en explotaciones de aves de corral en España. Casi 2,7 millones de animales (exactamente 2.688.751, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación) han sido sacrificados en poco más de tres meses. El sufrimiento animal generado por este avicidio es atroz. Casi 90 focos fueron identificados en aves silvestres en el mismo período, pero aquí no se conocen cifras de los animales que se han muerto con la enfermedad. Grullas, cigüeñas, garzas, patos, gansos, águilas, gaviotas… y hasta un pavo real en Madrid han caído ante este implacable virus, poniendo la frágil biodiversidad en una situación aún más delicada.

Pero esto no ocurre solo en España, aunque aquí es uno de los países donde más animales se han sacrificado. ¿Será porque aquí el modelo de ganadería industrial ha crecido de forma totalmente desmesurada y descontrolada? En Europa se han detectado un total de 209 focos en aves de corral, 50 en aves cautivas y 1.512 en aves silvestres.

Pero ¿qué es la gripe aviar?

La influenza aviar de alta patogenicidad, o gripe aviar, es una enfermedad altamente contagiosa provocada por un virus que afecta principalmente, pero no exclusivamente, a aves, tanto silvestres como domésticas. Entre estas últimas, al ser detectado, por salvaguarda del medio ambiente y principalmente de la salud pública, es obligatorio el sacrificio de todos los animales de la explotación.

Se trata de un virus con alas, por lo que su control o erradicación es imposible. Sin embargo, se puede disminuir su incidencia.

¿Se puede contagiar a otros mamíferos, incluyendo a los seres humanos?

Sí. Los virus que causan la enfermedad en las aves pueden cambiar sus genes (mutar) por lo que pueden propagarse a otros animales y a los seres humanos. Y cientos son ya los casos incluso identificados en humanos. Sin ir más lejos, en 2022 —durante otro brote de gripe aviar en España—, el virus saltó a una explotación intensiva de visones en Galicia. Hubo que sacrificar a todos los animales y también se diagnosticó al menos un caso en un ser humano. Pero la enfermedad ha afectado ya a otras especies, desde elefantes marinos hasta vacas lecheras en EE.UU., encontrándose el virus incluso en la leche. 

A nivel científico, se ha identificado el sur de China como epicentro de la gripe aviar. Esta región tiene un sistema ecológico único con muchas masas de agua, explotaciones de ganadería industrial y una población humana muy densa. El primer caso en humanos fue diagnosticado allí en 1996. El contagio se dio, presuntamente, en una explotación de gansos. Desde entonces, el virus se ha dispersado por cuatro continentes, excepto Oceanía, y ha provocado la muerte de millones de animales, afectando también a muchas personas.

Pese a que el contagio a humanos es difícil, no es imposible. Si no fuera por eso, casi seguro que no se sacrificaría a millones de aves de corral. Por ello, es fundamental seguir escrupulosamente los protocolos de seguridad cuando se está en contacto con animales enfermos. Lamentablemente, desde Greenpeace pudimos ver cómo en una explotación afectada en Madrid las personas trabajadoras se quitaban las mascarillas dentro del recinto y muy cerca de las aves muertas. 

¿Qué papel juega la ganadería industrial en la propagación del virus y quién paga estos sacrificios masivos?

La ganadería industrial es una auténtica bomba de relojería y está cada vez más cerca de reventarnos en las manos.

Las explotaciones industriales, donde los animales malviven hacinados y con un elevado índice de estrés, son el caldo de cultivo perfecto para la amplificación y propagación de enfermedades y más de un virus con una elevada patogenicidad como este. El hacinamiento facilita la transmisión, extremadamente rápida, una vez que el virus entra en la explotación. El estrés generado a los animales en estas fábricas de carne y huevos, y la similitud genética de los animales —seleccionados para producir rápido y mucho, no por su resistencia— debilita su sistema inmunológico y los hace más susceptibles a las enfermedades y a la propagación viral.

En las macrogranjas hay siempre una cantidad ingente y constante de animales hospedadores, lo que ofrece al virus más oportunidades para replicarse y mutar y que desarrolle variantes más patógenas o, peor aún, que puedan infectar a humanos con mayor facilidad.

Por otro lado, y según información del Ministerio de Sanidad español, el virus puede subsistir en el estiércol hasta 100 días a 4 °C, y en el agua puede sobrevivir hasta cuatro días a 22 °C y más de 30 días a 0 °C, pudiendo incrementar así su dispersión por el medio ambiente y afectar a otras aves y animales.

Entonces, ¿qué viene antes, la gallina o el huevo? Pese a que normalmente el virus de la gripe aviar es introducido por aves silvestres —los casos se incrementan en el período de migración de aves que vienen del norte de Europa—, las explotaciones industriales, por las condiciones antes descritas, hacen que el virus amplifique su radio de acción y se propague con más facilidad.

Otro aspecto muy relevante es que en una situación de sacrificios masivos, como en el caso de la gripe aviar, las indemnizaciones se pagan con dinero público. Esto es indignante, más aún cuando no elegimos este modelo de ganadería industrial, un modelo que, además, genera enormes impactos ambientales, de salud pública, un sufrimiento animal atroz…, pero también unos ingentes beneficios económicos a unos pocos. 

¿Qué pide Greenpeace?

En Greenpeace lo tenemos muy claro: hay que poner fin a la ganadería industrial y sus macrogranjas. Pero, hasta que lleguemos ahí, hay otros pasos que dar. 

Pedimos que no se autoricen nuevas explotaciones industriales o la ampliación de las existentes y que se establezca y reduzca el límite máximo de animales. El sector avícola es el único para el cual no se ha establecido un número máximo de animales en las explotaciones y, tanto es así, que ahora mismo hay sobre la mesa un proyecto para una supermacrogranja de gallinas ponedoras: 1.080.000 gallinas. La empresa promotora, Grupo Avícola Rujamar S.L., lo quiere hacer en San Clemente, Cuenca. ¡Otra barbaridad! ¡Una irresponsabilidad pensarlo, presentarlo y, por supuesto, mucho peor si se autoriza! En un escenario de emergencia climática, pérdida aguda de biodiversidad, crisis del agua, y un cada vez mayor rechazo a este tipo de fábricas de carne, leche, huevos y maltrato animal, es totalmente impensable que se sigan autorizando macrogranjas. Por ello, desde Greenpeace ya pedimos y presentamos alegaciones, en octubre y noviembre, para que se paralice este proyecto.

El Gobierno ha decretado el confinamiento total de todas las aves de corral. Puede que sea una medida necesaria, incluso para proteger a los propios animales de la enfermedad y que no se siga propagando, aunque solo cuatro países en la UE han llegado a este punto. Pero a las macrogranjas no se les ha impuesto ninguna medida adicional, ni siquiera lo que recomienda la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), y sobre lo que Greenpeace viene insistiendo desde el inicio del año (antes incluso de saltar la alarma) sobre reducir la densidad de animales en las explotaciones comerciales. Muchos serían los beneficios —Polonia, por ejemplo, es el país más afectado por la gripe aviar, con más de 11,5 millones de animales sacrificados, y ya lo puso en marcha—, pero el Gobierno español no se atreve a tocar a la todopoderosa industria ganadera. En Greenpeace seguiremos presionando para que se cierren las macrogranjas que ya están funcionando y para que no se den nuevas licencias.

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