Pedro Armestre: “Las imágenes aéreas de los incendios demuestran que la emergencia climática es real”
Por Pablo Sierra del Sol
Descuelga el teléfono desde Vilamaior do Val, una parroquia del municipio de Verín, justo antes de salir de viaje hacia Madrid. La vida de Pedro Armestre cabalga entre la capital española y el sur de Ourense. En la comarca, pegada a la raya seca con Portugal, donde nació este documentalista —ganador de múltiples premios, entre ellos, el Premio Internacional Rey de España por una foto captada en la calle Estafeta de Pamplona durante los sanfermines de 2013—, la relación con los incendios forestales es arcaica. Los de este verano, sin embargo, han sido distintos. Un punto y aparte.
A finales de agosto, en su última campaña con Greenpeace, Armestre retrató la devastación desde un punto de vista diferente al que lleva adoptando desde hace dos décadas. En vez de disparar a pie de bosque, sobrevoló montañas y valles cuando las llamas, que no el incendio, ya estaban prácticamente extinguidas. Las imágenes de la campaña pellizcan el alma. Una marea gris rodea lenguas verdosas y pardas, los reductos en los que no penetró el fuego. Troncos, cortezas, ramas, hojas, raíces, savia. Luces de esperanza en el túnel de la ceniza.

¿Cuál es tu método de trabajo para documentar una oleada de incendios?
Hace dos décadas, lo único que veíamos en televisión eran columnas de humo y aviones lanzando descargas. No teníamos posibilidad de meternos en primera línea. Me interesaba mucho llegar a la zona donde trabajan los operativos de extinción. No fue fácil porque fui pionero y, al principio, hubo muchas trabas burocráticas: nadie facilitaba permisos. En Andalucía me han autorizado para trabajar mano a mano con la BRICA (Brigadas de Refuerzo contra Incendios Forestales), el cuerpo de élite al que dejan en la cima de un monte y, ahí, búscate la vida, y eso me ha obligado a pasar las mismas pruebas físicas y capacitaciones que los miembros de la brigada. Por la noche dormía en la misma base donde pernoctaban los pilotos.
Pero no en todas las comunidades autónomas hay tantas facilidades para fotografiar la lucha contra el fuego.
No. He fotografiado incendios en toda la península y creo que el denominador común ha sido el culebreo: buscarme la vida. Para entrar en el perímetro de los incendios y estar cerca de los bomberos hay que culebrear. Mi jornada consiste en estar pegado a ellos, porque me interesa mucho la figura humana de la lucha contra el fuego. Con el paso de los años empecé a conseguir información de primera mano y localizaciones, cuando empezamos a tener teléfonos inteligentes, que me permitían llegar con mucha más facilidad. Sobre el terreno, las dificultades son altas: estás en un lugar inhóspito intentando dar caza a un animal gigante que crece muy rápido. Hay que moverse con cierta estrategia y conocimiento para que no te muerda. Acumulo muchas lecturas que me han formado para saber cómo actuar con prudencia y sentido común.
¿Por qué decidiste fotografiar las 400.000 hectáreas calcinadas este verano desde una avioneta?
Este verano estuve quince días un poco fastidiado por una infección pulmonar: empezó como un pequeño catarro y se agravó hasta el punto de que me tuve que recluir en casa. Me mordía las uñas mientras todo ardía alrededor, pero había otros compañeros haciendo un trabajo fantástico, porque, por suerte, hay fotógrafos que se han especializado. En la cama reflexioné sobre todo lo que estaba viendo para encontrar la manera de aportar algo nuevo que permitiera a la campaña de Greenpeace diferenciarse. Yo he volado mucho en avioneta, que es muy distinto a trabajar con un dron —tienes los pies en la tierra y la mente volando—, porque te conviertes en un pájaro con una visión de 360 grados y no estás limitado de ópticas: puedes ir cambiando del angular al teleobjetivo según te interese. Y, si conviene, ascender, ascender y ascender hasta tener una visión muy global de ciertos parajes.
Las imágenes que has ido publicando desde principios de septiembre las tomaste el mismo día, en apenas unas horas.
Despegamos en Braganza y subimos al lago de Sanabria. De allí nos fuimos a León, a Las Médulas; entramos en Ourense, volamos por encima de Cabeza de Manzaneda, llegamos a Verín y volvimos a Portugal. Fueron cuatro horas de vuelo, la autonomía que nos daba el depósito de combustible. Era imprescindible tener un buen plan de vuelo, marcando ciertas posiciones y una ruta concreta donde supiera, en cierta medida, qué me iba a encontrar. Con la experiencia de otros trabajos previos en avioneta realicé esta propuesta y automáticamente Greenpeace me dijo que adelante con ella. Estoy contento con el resultado. Yo no quiero que mis fotos se aplaudan, sino que sean controvertidas, que generen debate, que te sientas mal al verlas. No estoy retratando postales.

¿Qué efecto crees que está teniendo la campaña?
Creo que, a nivel fotográfico, ha desmontado ideas absurdas pronunciadas por parte de algunos políticos, que, estando informados por técnicos capacitados, hacen oídos sordos a las indicaciones para minimizar los impactos devastadores de los incendios forestales. Alfonso Rueda, por ejemplo, nos ha intentado hacer creer que lo que ha ardido no tiene ningún interés. Las imágenes que hemos tomado son muy descriptivas porque muestran la magnitud de los incendios. Con esta campaña, hemos subido a la población a una avioneta para que pueda ver con sus ojos lo que había que ver. Al final, mi trabajo no deja de ser una cadena de transmisión entre la problemática medioambiental que Greenpeace desea transmitir y la sociedad. La labor del ecologista es trasladar lo que demuestra el trabajo del científico en el laboratorio. Muchas veces nos acusan de mentirosos o alarmistas: estas imágenes sirven para demostrar que la alarma, de la que llevamos hablando un montón de años, era real.
¿Los bosques que has fotografiado son los de tu infancia?
Los que van de Oímbra hasta Laza, tranquilamente treinta y cinco kilómetros, son parte de los bosques en los que he jugado de niño. Con catorce años subía tres veces a la semana al castillo de Monterrei en bicicleta. No puedo decirte que fuera capaz de identificar todos los árboles, pero alguno sí que lo conocía. De los bosques que hay desde allí hasta Zamora he oído hablar siempre. Son lugares mágicos de Galicia.
¿Cómo te sientes después de fotografiar un territorio tan grande arrasado por las llamas?
La sensación es siempre la misma: de la noche a la mañana un paisaje espléndido se calcina. Aunque he trabajado en veinte campañas contra incendios forestales de manera muy activa, en primera línea, mi experiencia se remonta a la infancia. La zona de donde soy se conoce como el triángulo del fuego [el eje Ourense–Zamora– León]. Prácticamente todos los veranos hay incendios, pero no de la magnitud de este año, claro. Recuerdo las columnas de humo en los montes, las toallas en las ventanas para que no se colara en las casas, las pavesas y cenizas volando en el aire, a mi abuela recogiendo la ropa para que no se tiznara, la gente reuniéndose en las parroquias por la noche para ir a ayudar en la extinción y volviendo a la mañana siguiente con la cara negra…
Los incendios de este verano han sido distintos. Mucho más virulentos de lo que se recordaban.
Sí, han sido diferentes. Estas tierras eran una olla a presión que tarde o temprano iba a explotar. Por múltiples factores. Todos hemos escuchado muchísimo hablar este verano del abandono del rural. Para mí no es simplemente una frase hecha. En los cincuenta, la madera y el carbón, combustibles tradicionales, fueron sustituidos por los fósiles, y hubo una eclosión de la industria que requirió mano de obra. En la España rural de ese momento o trabajabas para el cacique o eras propietario de una huerta y cuatro animales que te servían únicamente para comer. Ese es el inicio del éxodo hacia las ciudades y del abandono rural, también agravado por las políticas de la Administración. Cuando deja de ejercerse una presión humana sobre los hábitats para conseguir alimento, la naturaleza reclama y recupera su lugar, y empieza a avanzar. Así surgen los incendios urbano-forestales, que, cuando se desatan, implica que, primero, se tengan que preservar poblaciones y bienes humanos. Eso retrasa y dificulta la extinción forestal en sí. Si añades los quince días de ola de calor que tuvimos antes de que empezaran los fuegos de este verano…
Desde tu posición de observador, ¿crees que ha habido falta de previsión por parte de las instituciones para disponer de medios suficientes ante una amenaza tan clara?
Hemos asistido a las consecuencias de las políticas de minimizar lo que pueda pasar y, cuando viene, pedir recursos al Gobierno central cuando la gestión de los bosques es autonómica. Si desde Madrid te asignan un presupuesto y te lo gastas en otros intereses, no debes reclamar ayuda cuando se complica la situación. O, al menos, reconocer el error mientras pides ayuda.

Fuiste a l’Horta Sud valenciana a retratar los efectos de la dana. ¿Ves similitudes con lo que ha sucedido durante los incendios de este verano?
La similitud es la negación de algo evidente por parte de la Administración. Tanto en la dana como en los incendios (como en los episodios que nos vendrán y todavía desconocemos) existe un sector político que niega rotundamente la emergencia climática. Hay una desidia absoluta para encararla, debida a intereses partidistas y económicos. Tras la dana, que ha sido catastrófica, no ha dimitido ni Cristo. En los incendios, la destrucción de fauna y flora es terrible, y nadie da el brazo a torcer, asume su responsabilidad y se quita de enmedio. Ahora que paso mucho tiempo en el rural, tengo la sensación de que las leyes se hacen desde las grandes ciudades por personas que desconocen totalmente lo que ocurre en las áreas rurales. Tendrían que bajar al barro y escuchar a la gente que vive en la España vaciada para conocer los problemas reales a los que se enfrentan.
¿La desafección hacia los gobiernos de las grandes ciudades propaga los bulos climáticos en el mundo rural? ¿Te toca desmontar muchos mitos en tu día a día? Como, por ejemplo, que no se puede desbrozar el monte bajo o, incluso, recoger piñas en los bosques.
La situación es un poco desesperante porque parece que la culpa es del científico, del lobo o del ecologista —que está siempre metiendo el dedo en la llaga—, cuando en el rural también se realizan prácticas que no son muy adecuadas. Se siguen utilizando fertilizantes y pesticidas —a raudales—, así que a lo mejor nos tenemos que mirar todos el ombligo. Son prácticas que están tan metidas en el ADN y se repiten por inercia: tienen que meterte prohibiciones para que cambies a través del escarmiento.
¿Somos un reflejo de nuestros políticos?
Generamos un desequilibrio ambiental y la culpa siempre es del de enfrente. Cuando se habla de limpiar el monte —que quizás no sea la mejor expresión, porque los matorrales no son suciedad y forman una parte esencial de los ecosistemas—, no nos referimos a esquilmarlo pasando una excavadora, sino a realizar un trabajo selectivo en ciertas zonas, dejando paisajes-mosaicos que sirvan de reservorio para fauna y flora y puedan detener la llegada de un fuego. Sucias están las ciudades, llenas de plástico, pero el monte, con una masa forestal que ha crecido desordenadamente, lo que está es abandonado.
Volvemos al mismo punto: las provincias más afectadas por los incendios están cada década más despobladas.
El 80 % de la población de España vive en apenas el 20 % del territorio. Es decir, en las grandes ciudades. El abandono del monte del que tanto hablamos viene provocado porque, en una gran parte, se trata de tierras que las personas que las tienen en propiedad no saben ni dónde están. Piensa que prácticamente todo el territorio de España está intervenido por el ser humano: gran parte de lo que arde son huertas. Huertas forestales. ¿Qué diferencia hay entre una finca con lechugas y una finca con árboles, plantados en línea para cortarlos dentro de veinte años y recoger la madera? La Xunta de Galicia subvenciona esas plantaciones de eucalipto y de pino: entiendo que quien planta tiene una responsabilidad civil para mantener esas plantaciones y que la maleza no llegue a las copas de los árboles, porque el día que llega el fuego no se le puede pedir a la Administración que te eche una mano.
Los datos son elocuentes: el 73 % de la masa forestal española está en manos privadas.
Y Galicia es la patria del minifundio —hay parcelas de apenas 15m2 (y de ahí tiras para arriba)—. Muchas fincas están en manos de herederos que viven en las grandes ciudades. En un territorio tan partido y fragmentado, aunque quieras hacer las cosas bien, es imposible, porque todas las fincas de alrededor están abandonadas. Entiendo que si no la trabajas, tu finca debería pasar a un banco de tierras y que la explotara quien tuviera ganas de hacerlo.
¿Qué futuro inmediato le espera a los bosques que se han quemado este verano?
Que en Galicia, por ser una región húmeda, veamos dentro de unos meses verdes los campos que han ardido no quiere decir que estén recuperados. El gran temor son ahora las lluvias torrenciales, que pueden arrastrar esas cenizas hasta los ríos porque la tierra no va a ser capaz de retener las precipitaciones.
Comentarios
Más o menos todos tenemos claro donde está el problema,la falta de prevención es la primera y más importante.Tiene mucha razón Pedro de que aquí en Galicia hay un minifundio que es muy difícil de solucionar,(que debería).A mí familia le tocó alguna finca,agro,que si no limpian los lindantes es imposible llegar a ella,de locos.Despues hay muchos intereses por el medio,a unos pocos les viene muy bien que pasen estas cosas,no tengo la menor duda.No acabo de entender en qué nos beneficia a los que vivimos en Galicia que non llenen los montes de parques eólicos,además de extensiones de terrenos que hay, y que quieren aumentar,de placas solares?.La corriente la pagamos exactamente igual que nuestros vecinos,es normal? no lo creo.Y el impacto que esto supone?...
Política forestal,como es posible que sigan aumentando las plantaciones de eucalipto?es gasolina en potencia,todos lo sabemos,que nace debajo de ellos? Nada de nada,bueno si,Toxos, penoso.
Hacen falta políticas y políticos que se preocupen y trabajenpor los problemas de la gente,o por lo menos que lo intenten,sin más, y no es poco.
Previsión dirás...
Ahí está el alcalde vigués chuleando de sus luces. Igual podía hacer algo para mejorar la situación y no tanto gasto y contaminación con sus lucecitas. Y lo que recauden, lo inviertan en previsión.
Creo que sería aleccionador, por lo impactante, el ver una colección, por zonas, de sus fotografías. Incluso hacer un calendario, cada mes una doble foto, del antes y después, de cada incendio.
Buen trabajo y un abrazo
Es desgarrador leer los articulos y ver las imágenes. Mis amigas y yo comentamos que durante un tiempo hemos tenido la esperanza de que el mundo caminaba hacia un futuro mejor. Pero no parece ser asi. Gracias Pedro por documentar lo sucedido. Esperemos que de alguna manera las personas despierten y decida hacer cada uno lo que podamos para recuperar nuestro Planeta.