Entrada de blog por Pilar Marcos - 24-11-2017


La naturaleza agoniza por la sequía

Hace un mes, justo después de los incendios estuve por Picos de Europa. Siendo mi familia de la comarca y fuente de mis estudios de ecología en la facultad, los ríos de Asturias y León son parte de mi vida. Lo que no es familiar es ver los ríos y el medio natural en la situación que los vi. Era finales de octubre y ni una seta, ni un tapiz de musgo húmedo, mirlos acuáticos huidizos y un Sella asfixiado por algas en las pozas. Los erizos de los castaños secos, requemados como a finales del verano y en latitudes altas, el matorral de montaña en flor.

Este paisaje veraniego, bien entrado el otoño, se repite a lo largo y ancho del país. La sequía está golpeando desde hace muchos meses ya duro nuestros ecosistemas. Se sabe muy poco de los impactos reales, en tiempo real sobre nuestra biodiversidad. En el informe que publicaba ayer Greenpeace “Sequía, Algo más que falta de lluvia” desde el FAPAS, el fondo para la protección de los animales salvajes, nos cuentan que aún sin conocer los efectos que la sequía pueden estar generando en las poblaciones de oso pardo, la falta de productividad del monte en forma de castañas, zarzamoras o ciruelas silvestres sí que pueden estar generando un impacto en el oso y en todos los animales que también se alimentan de estos frutos. También desde Brinzal, que gestiona el centro de recuperación de aves silvestres en la Casa de Campo de Madrid encuentran una clara correlación entre los años secos y el aumento de los ingresos de crías de aves con claros síntomas de deshidratación y desnutrición.

Aves volando sobre Doñana

Parque nacional de Doñana, Huelva, Sevilla, Cadiz.
©Greenpeace Handout/Pedro ARMESTRE

Y el problema no es la sequía meteorológica, porque nuestros ecosistemas, especialmente los del Mediterráneo, los subdesérticos o los volcánicos están adaptados a los períodos sin lluvias. El problema es que, a esta sequía, se le suma una nefasta gestión del agua, que solo tiene en cuenta los impacto de un fenómeno cada vez más frecuente y más intenso por el cambio climático cuándo llegan los problemas. No tiene sentido que estemos robando agua de nuestra joyas naturales, como las Tablas de Daimiel o el coto de Doñana. No tiene sentido que estemos extrayendo agua de los acuíferos que no solo son nuestras reservas estratégicas pero que además son las que alimentan humedales y lagunas.

Si la Catedral de Santiago, y esto es un ejemplo frecuente, se estuviera cayendo a trozos pondríamos medidas para cuidar este tesoro y que no se vuelva a repetir el desastre. Con nuestra naturaleza no hacemos lo mismo y se está muriendo.

Pilar Marcos - autor del blog.
Pilar Marcos
Bióloga marina por la UAM y postgrado en Gestión de Recursos Naturales y Pesquerías por la Universidad de Columbia. Responsable de la campaña de océanos en Greenpeace Internacional.
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