No, Greenpeace no quiere que se reabran las centrales de carbón

31-08-2022

 

 

Greenpeace lleva años haciendo campaña por el abandono de los combustibles fósiles (petróleo, gas fósil y carbón). En el contexto de la crisis climática, por un lado, pero también en el de la guerra de Ucrania, por otro, la producción de energía en Europa para los próximos años (y en particular los próximos inviernos) está en el centro de muchas cuestiones.

Ante la realidad de la subida de precios y la amenaza de apagones con un telón de fondo de tensiones geopolíticas, los gobiernos de la UE se ven obligados a actuar con urgencia para garantizar un suministro adecuado. La necesidad de poner fin a toda la financiación del régimen de Putin, especialmente a través de la importación de gas fósil, carbón, petróleo y uranio, impone opciones difíciles, debido a la falta de anticipación de muchos gobiernos europeos.

En este contexto, algunas soluciones representan avances hacia una transición energética sostenible y socialmente justa: promover la sobriedad regulando las pantallas publicitarias y la iluminación, por ejemplo, o la eficiencia acelerando la renovación térmica de los edificios y el desarrollo masivo de las energías renovables.

Por otro lado, algunas respuestas representan retrocesos en la lucha contra el calentamiento global, como el uso de carbón o la construcción o ampliación de infraestructuras de gas, y en la transición energética, como la energía nuclear, una industria demasiado lenta y peligrosa.

En España, ante las consecuencias de la guerra en Ucrania y el aumento de los precios de la energía, las primeras medidas adoptadas por el gobierno tienen también elementos de avance y de retroceso. Un avance es la anunciada supresión del límite de 500 metros para el autoconsumo compartido. Y un retroceso inaceptable es el giro del Gobierno para legalizar la regasificadora de El Musel (Asturias) y para promover la construcción de un nuevo enlace de gas entre España y Francia a través de Cataluña (Midcat). También resulta extremadamente preocupante que en el actual contexto se pudiera replantear el cierre (pendiente de aprobación definitiva) de la mayor central de carbón en suelo español (As Pontes, pendiente de un informe de Red Eléctrica sobre la eventual necesidad o no de su continuidad de modo transitorio). Greenpeace considera que no se debe dar marcha atrás en el proceso de cierre y que las trabajadoras y trabajadores necesitan continuar con el proceso de transición justa.

En Alemania, Greenpeace está muy movilizada por el desarrollo de las energías renovables, que han sustituido progresivamente a la energía nuclear y fósil, así como por la retirada total del carbón de aquí a 2030. Al igual que todas las oficinas de Greenpeace en el mundo, Greenpeace Alemania está haciendo campaña para abandonar el carbón lo antes posible.

Y no, Greenpeace no quiere reabrir las centrales de carbón.

Al describir la reapertura de algunas centrales eléctricas de carbón este invierno como «unumgänglich» (que se traduce como «inevitable», no «esencial» como algunos han traducido), Greenpeace Alemania se ha limitado a comentar una situación extremadamente desafortunada, debida en parte al retraso del país en el desarrollo de las energías renovables y el ahorro energético, así como a su adicción al gas fósil ruso. No se trata de un aval ni de un cheque en blanco. Greenpeace siempre se ha opuesto y sigue oponiéndose a los combustibles fósiles.

Actualmente, el país se enfrenta a una situación de fuerte dependencia del gas ruso, por decisión geopolítica. Más allá del ahorro energético y del desarrollo de las renovables, si el Gobierno alemán quiere asegurarse un invierno sin interrupciones de suministro, se encuentra ante dos opciones desastrosas: seguir financiando el gas ruso o reabrir temporalmente algunas centrales de carbón. Además, la perspectiva de retrasar el cierre programado de los últimos 3 reactores nucleares que siguen en funcionamiento no es una opción viable porque, por un lado, sólo ahorraría una proporción ínfima del consumo alemán de gas fósil y, por otro, la viabilidad técnica de tales ampliaciones sigue siendo muy incierta.

En el contexto de la guerra en Ucrania, financiar el régimen de Putin comprando gas a Rusia estaría en total contradicción con el apoyo mostrado al pueblo ucraniano por los gobiernos europeos, además de ser perjudicial para el clima. Y el carbón es un combustible fósil con un alto impacto climático. Aumentar la producción de carbón es un trágico paso atrás en la lucha contra el calentamiento global.


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