Enganchados a la carne.
Cómo la adicción de Europa a la soja alimenta el cambio climático
La industria de la soja está viviendo un boom. La producción mundial de soja es ahora más del doble que en 1997 gracias a la introducción de semillas genéticamente modificadas (GM) tolerantes a los herbicidas en la década de 1990, e impulsado por la creciente demanda de piensos para abastecer la fiebre de grandes granjas industriales que producen gran parte de la carne y los productos lácteos del mundo. Esta rápida expansión se está produciendo a costa de algunos de los entornos con mayor biodiversidad del planeta, entre otros la Amazonia y los bosques del Cerrado y el Gran Chaco en América del Sur, y está contribuyendo a la creciente crisis climática y de salud pública.
En 2017, el 48% de la soja de todo el mundo (incluyendo habas, torta forrajera y aceite) se produjo en Brasil y Argentina.
En Brasil, la producción de soja es ahora más de cuatro veces la de hace dos décadas. La protección de la Amazonia brasileña ante la expansión agrícola liderada por los cultivos de soja ha mejorado gracias a la Moratoria de la Soja, que fue el resultado de un esfuerzo colaborativo sin precedentes encabezado por Greenpeace y que implicó a empresas, organizaciones de la sociedad civil y el gobierno brasileño. Sin embargo, la industria de la soja se ha centrado ahora en convertir en tierras cultivables enormes extensiones de sabana y bosques del Cerrado, que ha perdido la mitad de su extensión original por culpa de la expansión de la agricultura. El Gran Chaco —el segundo bosque más grande de América del Sur, que se extiende por Argentina, Bolivia y Paraguay— está sufriendo también altos índices de deforestación.