El accidente, peregrinación forzada y posterior hundimiento del Prestige generó una crisis ecológica de dimensiones continentales, pero derivó también en una dolorosa crisis social, con no pocas ramificaciones económicas, y una crisis política. Las tres crisis del Prestige tuvieron sobre todo un nexo común: la respuesta de la gente. Fue la sociedad civil, siempre por delante de los gobiernos, la que convirtió una catástrofe ecológica gigantesca en el mayor acto de amor colectivo en defensa de la naturaleza que se recuerda.
Si a la crisis ecológica se respondió con la mayor movilización popular que recordamos para abordar y tratar de mitigar una catástrofe ambiental; a la crisis social se dio réplica con la creación de una transversal plataforma cívica, que bajo el grito unánime de Nunca Máis trascendió las fronteras de Galicia. Al mismo tiempo, la crisis política, resultado de una gestión antes, durante y después del accidente con enormes deficiencias –o incompetencias–, acabaría siendo juzgada en las elecciones que sucedieron a las mareas negras del Prestige.
La marea blanca, por tierra y por mar
No existen precedentes de una respuesta social análoga ante una catástrofe ambiental como en el caso del Prestige. Las imágenes que llegaban desde Galicia a todo el mundo tres días después del accidente impactaron en la sensibilidad popular como nunca antes. Playas y cantiles colapsados al recibir miles toneladas de aquel pegajoso fuel emulsionado con agua; gentes del mar desesperadas y desamparadas recogiendo el chapapote a mano desde sus embarcaciones; miles de aves petroleadas agonizando en las costas…
Al impacto ecológico se sumó la percepción generalizada de que las autoridades políticas trataban de minimizar e incluso negar la magnitud del desastre con cada una de sus declaraciones, desmentidos y falsas informaciones. Nadie parecía estar al mando y algo había que hacer. Desastre y desinformación generaron un cóctel movilizador tan efervescente como heroico, indignado y hermoso.
Ante la ausencia de un plan de contingencia medianamente eficaz, a pesar de que Galicia había recibido hasta cuatro accidentes semejantes en las tres décadas anteriores, decenas de miles de personas de Galicia, España y otros lugares del mundo se desplazaron a la costa por sus propios medios y se autoorganizaron con ayuda de la población local para tratar de mitigar un desastre ecológico insólito. Dormían y comían en pabellones, gimnasios, lonjas, cofradías, casas particulares y recogían miles toneladas de fuel tóxico y extremadamente pesado con sus manos, trabajando en cadena, sin recibir ni medios de protección ni ayuda de las instituciones durante días. Esta reacción masiva, junto a las movilizaciones de protesta, fueron claves para que el gobierno comenzase a organizar al voluntariado y proporcionar material muchos días después del accidente.
Las cifras oficiales de la Xunta de Galicia hablan de que en el litoral afectado, que al final fue prácticamente todo, se realizaron más de 327.000 acciones voluntarias entre noviembre de 2002 y julio de 2003 en Galicia. Pero como lo oficial llegó muy tarde es muy posible que estas cifras estén muy subestimadas. Aquella marea blanca, contra toda lógica cromática, logró borrar las sucesivas mareas negras que llegaron a la costa.
A esta marea de voluntariado habría que sumar la de las gentes del mar. Miles de personas del sector se organizaron para abordar la marea negra en embarcaciones y evitar al menos que entrara en las rías y en los bancos marisqueros. Mientras Mariano Rajoy, aseguraba que “la marea (negra) no llegará a las Rías Baixas”, cientos de embarcaciones salieron por iniciativa propia a mar abierto a pararla. Las imágenes de las personas del mar recogiendo fuel con las manos e improvisadas herramientas desde cientos de dornas, planeadoras y barcos bateeiros en la boca de las rías; las de las mariscadoras “cosiendo” barreras anticontaminación con almohadas, bidones y poliespán, o las de las redeiras tejiendo sin parar aparejos de malla diminuta para atrapar no peces, sino petróleo, aún resultan impactantes.
Luto en la bandera: Nunca Máis
Solamente dos días después del hundimiento del Prestige, el 21 de noviembre de 2002, nace en Compostela la Plataforma Nunca Máis, para reclamar medios para abordar la catástrofe y responsabilidades políticas y judiciales. De inmediato se integran en ella cientos de organizaciones de toda índole, alcanzando en muy poco tiempo una transversalidad excepcional. Nunca Máis acogió miles de frustraciones, penas, indignaciones y rabias para transformarlas en un extraordinario movimiento cívico no sólo de protesta pacífica, sino también de acción. Un verdadero fenómeno social con tintes de revolución.
El movimiento despega el 1 de diciembre de 2002, cuando un cuarto de millón de personas enarbolan en Santiago de Compostela la bandera gallega enlutada con las letras rasgadas de Nunca Máis. Y se hizo imparable, a pesar de que sectores reaccionarios trataron de ahogarlo prohibiéndolo en centros educativos, en la televisión pública, con denuncias falsas por estafa o tachándolo de filoterrorista.
Los voluntarios y voluntarias que visten monos blancos por el día los cambian por los colores negro y azul de Nunca Máis cuando cae el sol. Así durante meses:
Es difícil calcular cuántas personas llegó a sacar a las calles Nunca Máis en cientos de actos durante meses. Probablemente millones.