Desde que comenzó la guerra en Ucrania una pregunta recurrente en los debates es si podría producirse una crisis alimentaria.
Rusia y Ucrania son grandes productores y exportadores de materias primas básicas como los cereales y los aceites vegetales. La guerra está agitando el comercio de estos alimentos, además del mercado de los fertilizantes sintéticos, para cuya producción se necesita gas, el combustible que está en el centro de la crisis.
A esto se suma que los precios de los alimentos ya habían subido durante la pandemia, debido a problemas en las cosechas y en el transporte. Por lo que sí, una crisis de alimentos es algo muy posible en países que ya sufrían inseguridad alimentaria, un problema que no debería existir en un planeta que tira el 30% de la comida que produce cada año.
Sin embargo, Europa no está amenazada por una crisis alimentaria. Al menos no por ahora. Pero a la industria agroalimentaria le interesa que tengamos miedo para seguir manteniendo sus inmorales beneficios basados en que la mitad del mundo se muera de hambre y la otra mitad derroche alimentos. La crisis actual presenta la prueba definitiva de que seguir como hasta ahora no es una opción.
Esto tiene que cambiar. No necesitamos más agricultura y ganadería industriales que dependen de combustibles fósiles, plaguicidas, fertilizantes y transgénicos. No nos falta comida. Lo que no tiene sentido es que solo una pequeña parte de los cereales y oleaginosas que cultivamos en Europa se dediquen al consumo humano, mientras la mayor parte se destina a alimentar la industria ganadera (66% de la superficie cultivada de España se destina a producir alimentos para animales) o a hacer combustible. De hecho, en España, una de las principales preocupaciones por la crisis en Ucrania es cómo esta situación puede afectar la producción de piensos, ya que la ganadería industrial, con sus macrogranjas, es altamente dependiente de piensos que vienen de terceros países.
La solución
La guerra en Ucrania, como ya pasó con la pandemia de COVID-19, es una prueba de la urgente necesidad de cambiar de modelo agroalimentario. La solución pasa por apostar de forma decidida por la agroecología y por dietas sanas y sostenibles. No podemos seguir pisando el acelerador de un destructivo modelo agroalimentario que nos está llevando hasta el borde del precipicio. Aquí algunos pasos que debemos dar.
#1
No permitir más explotaciones de ganadería industrial y reducir la cabaña ganadera en intensivo. Podemos cortar la enferma dependencia de insumos externos y convertir parte de la superficie cultivada en el mundo y en España (66%) a producir alimentos para las personas y devolver parte a la biodiversidad.
#2
Por nuestra salud y la del planeta, menos alimentos de origen animal y más de origen vegetal en nuestros platos. El fomento y adopción de la “dieta de salud planetaria” es ahora más urgente que nunca.
#3
Alimentos ecológicos, locales y de temporada para todas las personas y muy en particular para las más vulnerables. La compra pública de alimentos juega un papel determinante a la hora de potenciar un modelo agroalimentario realmente sostenible y que garantice precios dignos para las personas productoras. También la reducción del IVA para este tipo de productos y la promoción de los canales cortos de comercialización.
#4
Dejar de desperdiciar alimentos. Usar tantos recursos y generar emisiones y otros daños ambientales para nada, ni siquiera para alimentar a quienes más necesitan. Solo en los hogares españoles se desperdiciaron 1.364 millones de kilos de alimentos en 2020.
Una reciente declaración de la comunidad científica, suscrita ya por casi 200 personas científicas, y en la que se pide una transformación del sistema agroalimentario, va precisamente en este sentido.