El mal llamado gas natural es en realidad un combustible fósil compuesto aproximadamente en un 80% de gas metano -un potente generador de cambio climático-, por lo que se trata de un gas fósil. Este gas es la segunda fuente de energía fósil que más se consume en el mundo y en España, por detrás de los productos petrolíferos.
Pero, ¿para qué sirve el gas fósil? Tiene dos usos principales: como fuente de energía para la producción de calor y para generar electricidad, aunque también se emplea en procesos industriales, como la producción de plásticos y productos químicos. Sin embargo, para todo ello, los avances tecnológicos ya ofrecen alternativas más sostenibles.
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El problema es que el gas todavía goza de una amplia aceptación social, política y económica, pero su futuro depende de si recibe apoyo político y económico. La industria de los combustibles fósiles lo sabe, por eso realiza una intensa labor de presión en el ámbito político nacional y europeo. Existe un gran riesgo de que continúen aumentando inversiones varadas, proyectos que nacen ya en vías muertas o que encubren el uso del gas para las próximas décadas y que solo sirven para engordar la cuenta de resultados de las compañías del sector.
Ante la emergencia climática, el planeta no puede permitirse una transición energética que se apoye en este combustible fósil, por lo que sería necesario establecer una fecha para el fin de su uso en el sector eléctrico no más tarde de 2030 y en el energético antes de 2040.
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