En los últimos años el Mar Menor se ha convertido en el paradigma de los males que sufre el medioambiente como consecuencia de los impactos descontrolados y desmesurados de la agricultura y la ganadería industriales. Lamentablemente no es el único lugar y cada vez hay más sitios contaminados por el uso indiscriminado de fertilizantes y excrementos animales, y nadie parece querer parar el problema con determinación.
La próxima vez que hablemos de sopa verde en el Mar Menor o en cualquier otro lugar de España, habrá que mirar a estos perfiles y pedirles explicaciones.
Durante años, en España se ha vivido una proliferación desmedida de regadíos y explotaciones ganaderas industriales que ha derivado en numerosas afecciones al medioambiente. Uno de los puntos donde más claramente se ha visto esta política ha sido en la cuenca del Segura y especialmente en la zona de influencia del Mar Menor. Allí, tras años de barra libre a la implantación de megainstalaciones de regadío y macrogranjas, la situación se ha vuelto tan insostenible que los vertidos derivados de estas actividades han prácticamente firmado la sentencia de muerte de la laguna salada más grande de Europa y la más representativa del litoral español.
El sector agrícola consume el
del agua
que se consume en España
La ganadería consume
millones
de metros cúbicos de agua al año
En España, el sector agrícola es el principal consumidor de agua, con alrededor de un 84%. El resto se dedica para otros usos como el consumo de los hogares o el industrial. Este simple dato ofrece una magnitud real del problema y de su origen. Cabe además señalar que de la superficie cultivada, el 66% se dedica a la producción de alimentos para animales, lo que revela que la ganadería consume la friolera de 48.000 millones de metros cúbicos de agua al año, lo que equivale a más de 14 millones de piscinas olímpicas.
Y todo esto en un contexto de crisis climática en el que cada vez, según la ciencia, habrá menos precipitaciones, más olas de calor y, por consiguiente, menos agua disponible para un sector que no puede prescindir de ella bajo ningún concepto.
Cuando hablamos de agricultura y ganadería tendemos a meter en el mismo saco a todos los modelos productivos y eso lleva a conclusiones erróneas. No todas las explotaciones agrarias y ganaderas son iguales. No se trata únicamente de si practican una agricultura ecológica o no, sino del tamaño, tipo y forma de cultivo. Normalmente caemos en ese error pero no es lo mismo una finca de cinco hectáreas de olivo de secano que una de 30 ha de lechugas con regadío, por muy eficiente que sea el sistema de regadío, y lo llamamos a todo “el campo”. Y por supuesto no es lo mismo un agricultor o agricultora que gestiona ese olivar que la empresa, muchas veces multinacional, que gestiona la finca de lechugas, aunque también llamamos a todo el sector “los agricultores”.
En la cuenca del Segura, como sucede en muchas otras, muchos pequeños agricultores y agricultoras, así como las pequeñas explotaciones ganaderas en extensivo, se han visto abocadas a vender sus negocios o buscar agua cada vez más profundo, y muchas veces a incumplir la ley ante la imposibilidad de competir con las grandes explotaciones que acaparan los recursos.