Existen muchas zonas en el territorio en las que la industria agrícola y/o la ganadera han sometido al territorio a una presión tan elevada que hace injustificable el mantenimiento de regadíos.
Las primeras zonas que deben ser recortadas son las que ya tienen acuíferos en mal estado y donde ya se está modificando el clima por el cambio climático. Y, dentro de ellas, los regadíos que son ilegales, haciendo un análisis socioeconómico de las explotaciones, en colaboración con las personas afectadas del sector.
Un 16,2% de los actuales regadíos (516.803 hectáreas) están ubicados sobre zonas tensionadas (sobre acuíferos mal estado cuantitativo, químico y sobre zonas vulnerables a nitratos). Las zonas más tensionadas para la agricultura se concentran principalmente en Castilla La Mancha, Comunidad Valenciana, Región de Murcia (en estas tres comunidades, alrededor de una tercera parte de los regadíos se sitúan en zonas tensionadas), seguidas de Baleares y Andalucía. Por cuencas, destaca la cuenca del Guadiana, seguida del Segura, Baleares, Júcar y Mediterráneas Andaluzas.
Dentro de ese 16,2%, el 3,7% ya está sobre zonas críticas (116.708 hectáreas), áreas donde, además, ya se ha modificado el clima (sobre todo cuenca del Guadiana, seguida de lejos por Júcar y Duero y, por CCAA, Castilla La Mancha, con una de cada cinco hectáreas regadas en zonas críticas, Comunidad Valenciana, Castilla y León y Extremadura.
Los regadíos en el entorno de las zonas protegidas
El 1,6% de los regadíos se sitúan sobre parques naturales o parques nacionales, que son los espacios naturales protegidos de máxima importancia. Si tenemos en consideración una zona de amortiguación de 5 km, el porcentaje asciende a 13,8% de los regadíos sobre parques naturales o nacionales. Es decir, 1 de cada 7 hectáreas de regadío está sobre zonas de gran interés ecológico.-
- Todas estas zonas vulnerables deberían encontrarse en mejor situación pero hay algunos puntos en un estado especialmente preocupante. El Mar Menor, las Tablas de Daimiel y Doñana, presentan una presión extrema por la agricultura, algo extraordinariamente grave por su enorme valor para la biodiversidad.