A menudo se plantea la modernización de las técnicas de regadío como solución a la escasez de agua. Sin embargo, esto no es más que una trampa.
Cuando se han acometido supuestas modernizaciones en la eficiencia del regadío, lo que ha seguido ha sido un aumento acusado de la demanda de agua, además de introducir algunos problemas colaterales.
Por un lado, la percepción generalizada de que hay agua en abundancia, gracias a la ‘eficiencia’, incentiva aumentos en la superficie de regadío y en la densidad de plantas por unidad de superficie, así como cambios hacia cultivos más demandantes de agua, y estimula las dobles o triples cosechas anuales.
Otro problema sobrevenido es que merman el retorno de agua a ríos, humedales o acuíferos, estimulan una mayor evapotranspiración de las plantas y, además, dejan mayor concentración de fertilizantes y plaguicidas.
Por último, pero no menos importante, estas supuestas modernizaciones suelen acometerse con grandes desembolsos de dinero público, lo que detrae fondos que podrían servir mucho mejor a la agricultura si se usaran en modelos de adaptación al cambio climático.