Entrada de blog por carmen - 24-10-2025


Del chapapote al eucalipto: cuando lo local tiembla, lo global escucha

por Alberto G. Palomo

A veces, las protestas contra amenazas medioambientales que no están en el foco se convierten en una lucha extendida. Ocurrió con Altri, una fábrica de celulosa que se pretende instalar en la comarca de A Ulloa: de ese rincón gallego saltó a las conciencias nacionales y la lucha vecinal se transformó en un eco multitudinario. No hay una fórmula concreta para que esto pase, pero sí se requiere de un buen relato, como se ha visto en otros ejemplos.

José Saramago decía que en el mundo hay dos grandes superpotencias. Una es Estados Unidos. Otra, tú. Un simbólico que representa a la gente. Puede sonar naíf, pero en los últimos meses, ejemplos como la Vuelta Ciclista a España anulando la llegada a meta por protestas contra el genocidio en Palestina o el Ayuntamiento de Málaga frenando una carretera, muestran que el escritor tenía razón.

Pero hay otro caso paradigmático que responde a esa sentencia del nobel portugués. Sucedió en Galicia, donde a veces el rumor de un río se mezcla con el de la indignación. Lo que empezó como una conversación entre vecinos terminó llenando de manifestantes las calles de Santiago de Compostela. En un territorio que ya conoce el chapapote del Prestige y el olor de los eucaliptos que agotan sus recursos, la noticia de que una empresa portuguesa quería levantar una macrofábrica de celulosa encendió una chispa. Esa chispa, avivada por el activismo, se volvió un incendio político y social.

No es lo habitual. Cada cierto tiempo, sin embargo, una causa local logra perforar la capa de indiferencia global. No lo hace por presupuestos ni por líderes carismáticos, sino porque encarna algo más profundo: la defensa de un lugar, de una forma de vida, de un límite que no se debe cruzar. La campaña contra Altri es uno de esos hitos que explican por qué lo que ocurre en un valle remoto puede acabar influyendo en decisiones estatales, debates europeos y la conciencia ambiental colectiva.

Manoel Santos, zoólogo y coordinador de Greenpeace en Galicia desde hace ocho años, recuerda el momento en que palparon la oportunidad. “Fue la primera vez que detectamos que Altri podría ser algo grande. En 2022, cuando se empezó a hablar del proyecto —explica—, tenía claro que iba a ser central en la política ambiental y en la movilización social. Lo importante era estar desde el principio. Sin eso, no tienes legitimidad para actuar después”.

El proyecto reunía todos los ingredientes para una tormenta social y medioambiental: uso masivo de eucalipto, solicitud de fondos públicos millonarios, riesgo para el río Ulla, matriz de la ría de Arousa, afectación a espacios protegidos y un discurso verde diseñado para parecer sostenible. En marzo de 2024, cuando la empresa presentó el plan oficialmente, la marea se levantó. “Ahí empezó un movimiento ciudadano importante, probablemente el más relevante en Galicia desde la crisis del Prestige —recuerda Santos—. ¿Por qué? Eso no lo sabes. Eres un surfista: tienes que estar surfeando si la ola sube. Y nosotros estábamos”.

Lo que ocurrió después fue una conjunción poco habitual: activismo institucional y movilización ciudadana trabajando al alimón. La claridad del mensaje se unió a Ulloa Viva, una plataforma local integrada en su mayoría por vecinas jóvenes del rural. “Aparecieron portavoces que hablaban todos de maravilla. La voz cantante la llevaban mujeres jóvenes del rural que decían ‘aquí vivimos bien, que aquí no necesitamos ningún Mr. Marshall’”, cuenta Santos. Su discurso desarmaba cualquier retórica de progreso industrial y ponía rostro y emoción a la defensa del territorio. Bastaba con apelar a lo esencial, a la vida cotidiana.

Y eso, aunque parezca mentira, funciona. Santos insiste en que una campaña no despega por una fórmula mágica. “Se crea colectivamente un relato ganador. Sin buen relato no hay campaña. Tiene que apelar a las emociones, ser contundente y capaz de rebatir toda la contrainformación y el greenwashing”. En ese equilibrio entre emoción y rigor, indignación y solvencia, radica la fuerza de las protestas que funcionan. Lo local se convierte en símbolo, y el símbolo en munición.

Aun así, ningún relato se sostiene sin cuerpo. “Sin movilización es muy difícil frenar cualquier proyecto”, avisa Santos. “Aquí se configuró una movilización muy transversal, de diferentes ideologías. De esa confluencia surgió algo inusual: marchas de 20.000 personas en Palas de Rei, un pueblo de apenas 1.000 habitantes, y más de 100.000 en Santiago. Sin presencia física no habría impacto real. El impacto de la campaña no es virtual, es presencial”.

La campaña contra Altri también fue un ejemplo de cómo se teje una red eficaz. Greenpeace no buscó protagonismo, sino articulación. “Las grandes movilizaciones siempre son convocadas por Ulloa Viva. No necesitábamos estar todos los logos. Trabajábamos por el bien común. En las movilizaciones sociales a nivel territorial son fundamentales los lazos de confianza y no las luchas de protagonismo”, cavila Santos. Esos lazos dan estabilidad y legitimidad cuando el conflicto se alarga y la oposición institucional se hace fuerte.

El siguiente paso consistió en escalar el conflicto. “Uno de nuestros focos era intentar sacar el problema fuera de Galicia para que se tomaran decisiones a otros niveles”, afirma Santos. Y eso implicó entender que la lucha no era solo por un valle ni por una ría, sino también por un modelo de país: “Cuando analizas bien el proyecto, tiene componentes que superan lo de instalar una fábrica. Implica la materia prima, el eucalipto, que es un problema ambiental enorme. La empresa iba a pedir 250 millones de fondos públicos. ¿Quién puede darlos? El Estado. ¿Quién puede invertir? Bancos. Hay que hacer un diagnóstico para ver todos los actores que influyen. Eso es lo primero que haces cuando diseñas una campaña”.

Sintetizando: la batalla por el territorio se juega también en despachos de Madrid, consejos de administración y en instituciones europeas. Lo que ocurre en Palas de Rei no es una anécdota local: es una pieza del rompecabezas global de la biodiversidad. Esa conexión es lo que da proyección internacional al conflicto.

Esa idea de que lo local puede alimentar lo global se ha repetido en otros escenarios. En la Serranía de Ronda, un grupo de vecinos protestó en 2023 contra macroplantas solares que ocuparían más de mil hectáreas. No rechazaban la energía renovable, sino el modo en que se implementaba: sin diálogo, sin planificación, sin respeto por el paisaje ni la fauna. Su defensa del entorno se integró en un debate mayor sobre transición energética justa, uso del suelo y planificación ecológica estatal.

Y en el Mediterráneo, las manifestaciones contra la turistificación de Barcelona y Mallorca en verano de 2025 plantearon un dilema parecido: la sostenibilidad de un modelo económico que agota recursos, encarece la vivienda y degrada ecosistemas urbanos. “Un turista más, un residente menos”, avisaba una pancarta. No era contra el turismo, sino contra su exceso. Lo local, de nuevo, se cruzó con lo global, mostrando la tensión entre bienestar inmediato o a largo plazo.

Fuera de España, las protestas de Shifang, en Sichuan (China) también muestran cómo una ciudad pequeña puede captar la atención del mundo. En 2012, miles de estudiantes y vecinos frenaron la construcción de una planta de fundición de cobre altamente contaminante. Lo que comenzó como lucha vecinal se convirtió en símbolo de resistencia ambiental en Asia.

Todos estos ejemplos comparten un patrón: amenaza tangible, comunidad organizada, relato convincente y capacidad de conectar la causa con una narrativa mayor. Santos lo constata: “Los temas de defensa del territorio son los que más movilizan. La gente ve un impacto claro. Si le das el componente global, pueden ser muy útiles para grandes campañas”.

La otra cara de la moneda es la resiliencia. No todas las campañas triunfan. “Eso es lo normal —suspira Santos—. Si funciona muy bien, como en el caso de Altri, en que podemos decir que estamos cerca de la victoria, es una maravilla. Te da aire para hacer otras cien campañas más que, aunque no tengan el mismo éxito, hay que hacer también”. Las victorias visibles sostienen a las invisibles; cada intento suma conocimiento, red y conciencia colectiva.

El informe Los otros Altri concluye que “muchas corporaciones, empresas y administraciones entienden el territorio como un lugar donde realizar actividades económicas, no siempre compatibles con la sostenibilidad de la vida”. Frente a ese modelo, las campañas locales son una respuesta política y emocional: defienden lo que se ama, pero también lo que se necesita para sobrevivir.Cuando una comunidad logra detener un proyecto destructivo o abrir un debate nacional sobre el uso del territorio, no solo gana un río o una sierra: gana un marco de posibilidad. Lo que ocurre en Galicia, en la Serranía de Ronda o en un barrio de Palma no son historias aisladas. Son capítulos de una misma narrativa: la defensa del planeta como defensa de la vida. Y no hace falta recitar esa manida frase de Eduardo Galeano asegurando que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”. Solo hace falta invocar al sentido común, venga de un rincón o del centro  del país. Porque, cuando lo local tiembla, lo global empieza a escuchar.

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