Quizás alguna vez te hayas preguntado qué pasa con tus prendas cuando las dejas en los contenedores de ropa usada que hay en diferentes lugares públicos o en tiendas. En Greenpeace también lo hemos hecho, porque vemos que cada vez se tira más ropa y que el impacto medioambiental crece.
Sobre el tema hay mucha información y también muchísima desinformación. De modo que para averiguar qué sucede con las prendas de segunda mano tras llevarlas al contenedor para “reciclar”, en 2023 pusimos en marcha un proyecto y confirmamos una cosa que ya imaginábamos: nuestra ropa usada pocas veces tiene una segunda vida y la realidad es que el volumen es tan grande que supone un problema medioambiental y social cada vez mayor.
Para nuestra investigación colocamos dispositivos de localización en casi una treintena de prendas que depositamos en contenedores de numerosas ciudades y que comenzaron a moverse por medio mundo. Un año después del lanzamiento, hemos querido analizar qué ha sido de estas prendas y poder hacernos así una mejor fotografía de la realidad del modelo desbocado de comprar y tirar de la industria textil.
Con iniciativas comerciales como el Black Friday o las rebajas llegan oportunidades para consumir a bajo precio y, por qué no, para pensar en cómo repercute ese bajo precio de las cosas que compramos. Es decir, qué otros costes asociados no estamos pagando porque son otros quienes los asumen.
Las grandes marcas nos animan a comprar más y más ropa barata. Pero cuanta más ropa compramos, más ropa desechamos… Nuestros armarios tienen una capacidad limitada. Es por eso que marcas como las españolas Zara o Mango, al tiempo que nos invitan a aprovechar el día del consumo desaforado, establecen sistemas que prometen dar una segunda vida a la ropa que ya no quieres. Así podemos liberarnos tranquilamente y sin remordimientos de ella, aunque esté en perfectas condiciones de uso o lleve menos de un año en nuestro armario. Promover la compra de nuevas prendas y facilitar deshacernos de las que ya no queremos parece un negocio redondo bajo la etiqueta de una supuesta economía circular que promulgan las marcas.
Estos sistemas de recogida de ropa usada, con contenedores instalados en sus tiendas, son aún de carácter voluntario, aunque en 2025 serán obligatorios para todas las empresas textiles (si te interesa este tema, la Ley 7/2022, de 8 de abril, de residuos y suelos contaminados para una economía circular lo explica en detalle). Pero la realidad es que actualmente no existe una economía circular que pueda sostener este modelo desaforado de comprar y tirar. Los impactos de la industria de la moda rápida son muchos y uno de ellos es lo que ocurre con la ingente cantidad de prendas que desechamos. Tanto es así, que la Confederación Europea de Industrias de Reciclaje ha advertido que la reutilización y el reciclaje de textiles están al borde del colapso en toda Europa.
Por eso es fundamental conocer la realidad, una realidad que la industria textil no quiere que conozcamos. Te contamos los resultados de nuestra investigación más adelante, pero antes queríamos darte alguna información de contexto que te ayudará a entender mejor el problema.
La ropa que llevas al contenedor es un problema
Un informe de la Agencia Europea del Medioambiente (EEA) de 2024, que utiliza datos de 2020, concluye que en ese año la Unión Europea generó 6,95 millones de toneladas de residuos textiles, unos 16 kg por persona. De ellos, solo 4,4 kg (entre doméstico e industrial) se recogieron por separado para su potencial reutilización y reciclaje, y 11,6 kg acabaron en residuos domésticos mixtos: en la basura. Sin embargo, España está por encima de la media en generación de residuos textiles, superamos los 20 kg por persona y año y, en cambio, tan solo recogemos selectivamente 2,1 kg por persona y año. Si nos limitamos a los residuos textiles que se recogen posconsumo (es decir, la ropa y calzado que echamos a los contenedores, sin incluir lo que se recupera en las propias fábricas de textil), la recuperación se reduce a tan solo el 4%.
La nueva legislación está llevando al sector textil a la necesidad de organizarse para dar respuesta a las exigencias de responsabilidad frente a la gestión de los productos textiles desechados. Así han surgido iniciativas como RE-VISTE, el Sistema Colectivo de Responsabilidad Ampliada (SCRAP) del sector de la moda y el calzado, nacido en octubre de 2024 con grandes retos y, aparentemente, escasa capacidad de abordar las raíces de la crisis sistémica producida por el propio sector.
Deslocalizando el problema de los residuos textiles
Según otro reciente informe de la Agencia Europea del Medioambiente (EEA):
En las últimas dos décadas se ha triplicado la exportación de ropa usada desde la UE: desde 550.000 toneladas en 2000 hasta casi 1,7 millones en 2019. Se calcula que un 80 % de los residuos textiles que se recogen selectivamente en los Estados miembros se dirigen a la exportación fuera de UE.
Su destino final es incierto y la idea de que dejar nuestra ropa en un contenedor “le da una segunda vida” y ayuda a personas necesitadas no se corresponde normalmente con la realidad.
Debido a la obligación de recoger los “residuos” textiles por separado en la UE a partir de 2025, puede que se recoja selectivamente más ropa, pero también que haya más prendas con un destino final indeseado.
El informe de Greenpeace “Regalos envenenados”, documentó en 2022 el impacto de los residuos textiles disfrazados de ropa de segunda mano que se exporta a África Oriental. Por ejemplo, en Kenia, según Afrika Collect Textiles y otras fuentes locales, entre el 30 % y el 40 % de la ropa usada que reciben es de tan mala calidad que ya no se puede vender y se convierten en residuos textiles que muchas veces terminan en vertederos sin recibir un tratamiento adecuado.
CUADRO: Exportando contaminación plástica en forma de ropa
Un porcentaje elevado de las fibras que se utilizan en la ropa son sintéticas (principalmente poliéster) y, por tanto, hablamos de residuos plásticos. La fabricación de estos materiales derivados del petróleo, llevan asociado el uso de sustancias químicas, muchas veces peligrosas. Estos materiales tardan décadas en degradarse y liberan estas sustancias químicas cuando se desechan en el medio ambiente y emiten a la atmósfera otras sustancias tóxicas cuando se queman, lo que ocurre con frecuencia.
En un informe reciente de Greenpeace África llamado “Fast Fashion Slow Poison. The toxic textile crisis in Ghana” (“Moda rápida, veneno lento. La crisis textil tóxica en Ghana”) saca a la luz datos muy relevantes en este sentido:
#1 Casi la mitad de estas prendas son de mala calidad y no tienen valor de reventa.
#2 Pruebas de infrarrojos realizadas por Greenpeace a decenas de muestras de ropa del mercado de Kantamanto, en Accra, o recogidas en los zonas informales de vertido muestran que un 89% de ellas están fabricadas con plástico que no se biodegrada y que acabará descomponiéndose en microplásticos.
#3 Una gran cantidad de las prendas desechadas en este mercado se utiliza como combustible para calentar el agua de varios baños públicos de una localidad vecina, Old Fadama.
#4 El análisis del aire realizado por Greenpeace en tres baños públicos encontró numerosas sustancias químicas peligrosas, la mayoría de las cuales presentan una o más propiedades CMR (carcinógenas, mutágenas, tóxicas para la reproducción).
Insertar cuadro con galería de imágenes.
Dado que no existe infraestructura para eliminar estas enormes cantidades de residuos textiles y los vertederos oficiales están desbordados, los residuos se arrojan en cualquier parte, a lo largo de los ríos o en las inmediaciones de las poblaciones, son utilizados como combustible o, simplemente, quemados a cielo abierto provocando un impacto en la salud de las personas que viven cerca y en el medio natural. Los tejidos sintéticos pueden tardar decenas de años en biodegradarse. Además, muchas prendas contienen productos químicos peligrosos que se utilizan durante el proceso de producción que pueden afectar gravemente al medioambiente. En definitiva: producimos demasiada ropa y generamos un problema que, en buena medida, pagan las personas más vulnerables y el planeta.